miércoles, enero 30, 2013

No hay nada más terrorífico que la nostalgia

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Hay días, incluso en verano, donde no hay nada más pesado que la nostalgia. El disonante envejecimiento del cuerpo corriendo tras el espíritu hilarante de las memorias. ¿Como enfrentarse a un "uno mismo" joven y pueril?: Los dientes lechosos, los ojos brillantes, las manos tersas que jamás se han estrellado contra la tierra. Como volver ahí sin la nausea de los años, sin el agrio beso de la muerte en los labios. Porque no hay nada más terrorífico que la nostalgia; Las mejillas aún rosadas, el cuerpo fresco de las primaveras.

La sombra de abril en el parque: Sus ojos pardos y su risa blanquecina estallaron como una bala que entró por mi boca y explotó en mi garganta; Sus comisuras perfectamente levantadas por donde se escurría una sonrisa asertiva, el lunar en su inescrupulosa mejilla derecha, el blazer negro brillante y el color savage de su cabello, aparecieron de pronto: Estoy ahí y ya puedo escuchar hilvanarse ese suspiro coqueto suyo. Lentamente sus palabras se transforman en una escena tecnicolor. El color rojo de su abrigo en el sepia otoño que pasó raudo, que quebró las hojas amarillentas debajo de sus zapatos, que corrió como una cortina tempestuosa abrochando nuestro beso bajo los paraguas lambisqueros, que la escondió tras su bufanda en el gris de salvador, que nos abrazó con sus estaciones infinitas y nos arrojó a los charcos invernales de marea alta y nos mojó las mañanas eternas, las cascaras de naranja en la estufa, la madera hinchada, el corazón rojo: azulándose. La hipotermia. Nos congelamos durante siglos. Se congelaron nuestras miradas inquietas en la cama, los algodones dulces y las montañas rusas viscerales que surtían de abrazos sorpresivos en una esquina amorosa de la escalera. Que se puso puntiaguda, que deformó sus vértices, que se hizo impía, mugrosa, intrigante, que se fue deslizando y estirando a sus anchas de piedra negra. Que nos colocó en la puerta quejumbrosa de febrero, que me devoró completa, que de pronto estaba ella con la mirada amarga, con las comisuras declinadas, con sus mejillas claudicando, con su oscuridad azul profunda acariciando mi mano, por vez última. Porque hoy es la última despedida. Porque corrimos demasiado lejos y ya no distinguimos a la niña del blazer negro brillante y el lunar inescrupuloso en la mejilla derecha sonrojarse en el parque, fundirse en el olor a tierra húmeda de las tardes a las siete. 

No hay nada más terrorífico que la nostalgia.




"¡Cuan dichosa es la suerte de una inocente virgen! El mundo olvida, el mundo olvidado. ¡Eterno resplandor de una mente sin recuerdos!". 

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