Hay días, incluso en verano,
donde no hay nada más pesado que la nostalgia. El disonante envejecimiento del
cuerpo corriendo tras el espíritu hilarante de las memorias. ¿Como enfrentarse
a un "uno mismo" joven y pueril?: Los dientes lechosos, los ojos
brillantes, las manos tersas que jamás se han estrellado contra la tierra. Como
volver ahí sin la nausea de los años, sin el agrio beso de la muerte en los labios.
Porque no hay nada más terrorífico que la nostalgia; Las mejillas aún
rosadas, el cuerpo fresco de las primaveras.
La sombra de abril en el
parque: Sus ojos pardos y su risa blanquecina estallaron como una bala que
entró por mi boca y explotó en mi garganta; Sus comisuras perfectamente
levantadas por donde se escurría una sonrisa asertiva, el lunar en su
inescrupulosa mejilla derecha, el blazer negro brillante y el color savage de
su cabello, aparecieron de pronto: Estoy ahí y ya puedo escuchar hilvanarse ese suspiro coqueto suyo. Lentamente sus palabras se transforman en una escena tecnicolor.
El color rojo de su abrigo en el sepia otoño que pasó raudo, que quebró las
hojas amarillentas debajo de sus zapatos, que corrió como una cortina tempestuosa
abrochando nuestro beso bajo los paraguas lambisqueros, que la escondió tras
su bufanda en el gris de salvador, que nos abrazó con sus estaciones infinitas y nos arrojó a los charcos invernales de
marea alta y nos mojó las mañanas eternas, las cascaras de naranja en la
estufa, la madera hinchada, el corazón rojo: azulándose. La hipotermia. Nos
congelamos durante siglos. Se congelaron nuestras miradas inquietas en la cama,
los algodones dulces y las montañas rusas viscerales que surtían de abrazos
sorpresivos en una esquina amorosa de la escalera. Que se puso puntiaguda, que
deformó sus vértices, que se hizo impía, mugrosa, intrigante, que se fue
deslizando y estirando a sus anchas de piedra negra. Que nos colocó en la
puerta quejumbrosa de febrero, que me devoró completa, que de pronto estaba
ella con la mirada amarga, con las comisuras declinadas, con sus mejillas
claudicando, con su oscuridad azul profunda acariciando mi mano, por vez última. Porque hoy es
la última despedida. Porque corrimos demasiado lejos y ya no distinguimos a la niña
del blazer negro brillante y el lunar inescrupuloso en la mejilla derecha
sonrojarse en el parque, fundirse en el olor a tierra húmeda de las tardes a
las siete.
No hay nada más terrorífico
que la nostalgia.
"¡Cuan dichosa es la suerte de una inocente virgen! El mundo olvida, el mundo olvidado. ¡Eterno resplandor de una mente sin recuerdos!".
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