miércoles, enero 30, 2013

Al otro lado se ve el infinito, que miedo

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Este es un pequeño espacio del universo que parte acá, acá en el límite de mi boca. Abro los labios delicadamente, para evitar las heridas del silencio arraigado. Los abro y respiro por vez primera. Inhalo. Siento un temblor en mis manos, se fracturan mis dedos tiesos sobre el teclado. Asciende éste como si lo llevase la fuerza de un imán y tras de él la mesa enjuta que pisa, las cortinas amarillas deslavadas, polvorienta la repisa en mi paladar, el libro sin cuenta, como una serpiente que se desenrolla, las palabras: "Al otro lado se ve el infinito, que miedo". Como un dominó que toma velocidad, las gafas rotas, la polaroid de mi abuelo, los western, las películas francesas que no vi, las zapatillas blancas por años sucias, los audífonos, las manillas, los pernos de la puerta destartalada, la mesa y la mancha blanca de la olla caliente, la silla coja, el corredor oscuro, la escalera de mis padres, la cama a veces de ella, la noche cautiva, el barrio, el vaso, el beso, la gota, de la micro los cantantes, la pileta, los jeans húmedos, la risa, la carretera, la euforia, la playa, la mirada, lo indecible, lo indeleble, los fantasmas, lo que amarra, lo que suelta, lo que atrapa desde el otro lado, la arena, el horizonte perdido, mi piel devanada. Los buses, las rutas, el metro, los cigarrillos deshechos, las subidas, las bajadas, las puertas cerradas, el miedo. Las bandas rock, las canciones gritonas, las heridas: Las tuyas, las mías, las de ellas. La velocidad, lo nublado, la embriaguez, las paredes tristes, las ventanas tristes, la habitación triste. La mañana: La certeza terrorífica, la mirada herida detenida, las trampas del corazón y todo lo que se estila. Los años; carreras espaciales de desencanto. El puente; Tú de nuevo con la sonrisa ancha, con el cabello estirándose y desenredándose hasta los talones, hasta los míos, por medio de mis piernas, circundando mis caderas, mis pechos, mi espalda, mi cuello, mis labios, empujándose tras de todo, abriéndose hasta mis entrañas, y en tu boca un cerrojo en forma de peón de ajedrez, infinito, que me absorbe a mí, que lo absorbe todo. 





"Eso fuimos los dos: Torres gemelas que se desplomaron, torres en llamas que se hicieron escombros". -Oscar Hahn-

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