miércoles, noviembre 26, 2008

Pesos pesados

*

Hace un tiempo comencé un libro que hablaba de la levedad y el peso... ¡perdón!, más bien digo; "me comenzaron un libro...". Era una tarde en medio de la primavera intransigente que apretuja los nuevos días de Santiago. Salí corriendo de mi casa con una mezcolanza de argumentos acribillándome la boca. Cuando mentimos nos transformamos en la mítica figura del “caballero de la armadura oxidada”; Nos montamos con nuestra coraza de hierro, nuestra furia entre labios y la espada empinada, como si toda la violencia del mundo, pudiese sosegar al niño perdido que llevamos dentro y de pronto somos una bestia que arrasa con todo a su paso y nuestros bramidos se vuelven exagerados y feroces.
La alcancé en el centro de la estación Baquedano, huyendo como fiera herida, ladrando de desquicio y lamento. La sujete con calma y la llevé hasta mi pecho, con la esperanza de que algún soplo de realidad me reanimara un latido tímido que no se convirtiese en animalejo apenas a propiciado la vida. Y solté ese despilfarro de sin-sentidos y le arrojé mis vidas pasadas, mis dolores desdeñosos y le prometí quedarme sentada en el asiento contiguo; "como compañera de un viaje inesperado...", entonces sostuvo entre su espacio y el mío, el silencio más crudo de nuestra historia.

Abrió el libro en la página 270, sacó el marcador de su ubicación y lo llevo a la primera página. Me tomó, me acomodó entre sus piernas y comenzó a leerlo desde un principio. El libro comenzaba hablando de alguna cita de Nietzsche que ahora no puedo recordar, pero que encantó mi mundo de ideas. Luego aparecía la historia de un tipo de treinta y tantos que conoce a una chica a razón de una seguidilla de ridículas casualidades. La primera asociación nace cuando el protagonista análoga el descubrimiento de su amante, como si la vida la hubiese arrojado por un río en una canasta hasta su puerta y que éste apiadado y enternecido por la fragilidad y la inocencia de la criatura decidía hacerse cargo de ella, como si esa llegada hubiese apelado primero a su compasión que a su suerte. Entonces me pregunté cual era el motivo de releer aquel libro, me embargaba la incertidumbre, de pronto cada línea era como enfrentarme a la escena de “The Shining” del elevador y la ola de sangre.

Nacieron una serie de interrogantes; Porque debíamos terminar el libro juntas, porque tuve desde un comienzo ese extraño presentimiento de que no terminaríamos de leer hasta que se calmara su ira o hasta que se mitigara su pena, era como una vía de escape o un margen de tiempo que predefinía cuantas eran las horas o días exactos que quedaban para que separásemos nuestros caminos para siempre. Estuvimos esa tarde excursionando por cada capítulo y hoja que sobrevenía. Reímos, consentimos y culpamos. Derrepente nos encontrábamos dentro de esa burbuja en la que nos habíamos sumido mucho tiempo antes cuando nos conocimos.

El tiempo pasó raudamente y después de varios intervalos, investigaciones sobre la historia de los personajes e incluso caracterizaciones personales, me confesó que el día que termináramos aquella novela, sería el cierre final de nuestro viaje. Pero algo no quería que aquello sucediese, por alguna confusa razón siempre ocurría algo que evitaba que supiésemos el desenlace, inclusive al ver la película que se filmó hace 21 años atrás (exactamente mi edad), y aún así ninguna comprendió en donde convergía todo, quizá ninguna quería saberlo, puede que hayamos descifrado la gran interrogante que surge justo en el espacio intermedio entre el destino y la voluntad. Puede que exista un plan predeterminado, configurado de tal manera que si nos dejamos envolver por el velo del desencanto y la apatía, rodemos sin remedio hacía él, pero si por una o cualquier razón escuchamos ese sonido interno que como un biombo lejano nos arremete, puede que tal vez sólo así logremos doblar en el siguiente desvío para seguir en carrera a nuestra histeria.

Al llegar al penúltimo capítulo del libro, el protagonista relata un encuentro existencial formidable en la crisis de los 40. Tiene un sueño, se ve encantado por un mundo que no ha vivido, por colores que no ha visto y olores que jamás ha alcanzado aunque por algún motivo vivían en su inconsciente, se ve acostado al lado de una mujer hermosa, que duerme placidamente en sus brazos. Es mi alma gemela... -piensa- y está dispuesto en ese momento a abandonar a la mujer de su vida, a la que recogió "simbólicamente" del canasto río abajo hasta su apartamento. Luego despierta y se da cuenta de que quizá nunca conozca a esa mujer y que tal vez ni siquiera exista más que como una idea borrosa. Entonces pensé en como el ser humano se aferra con tanto ahínco a éstas fantasías colectivas; "El príncipe azul, el alma gemela, Díos, la política..." (En orden de prelación), sólo por encontrarse tan devastadoramente desencantado, y el primer desencantamiento sucede en el momento del parto; el niño jamás perdona a la madre por tal violento desapego, luego el sometimiento al frío de la realidad, a los colores demasiado estridentes, al ruido de la ciudad, a los olores pestilentes... Las sensaciones son las primeras y más terribles agresiones a las que puede someterse un ser humano. Posterior a eso y luego de una serie de eventos desafortunados como el "destetamiento" (horroroso y deshumanizador momento en la existencia), los seres humanos empezamos a desarrollar un inmenso sentido de "recuperación del amparo", es una solicitud de cobijo que puede tomar las más variadas y múltiples formas. Desde una exacerbada entrega a una creencia religiosa hasta la más inocente y obstinada idea de que estamos en este mundo con la única misión de reunirnos con nuestra otra mitad que no es más que aquel pedazo de masa encefálica que nos arrebataron al salir tan abruptamente de nuestro imperio uterino.

Puede que Freud haya tenido razón, toda la culpa la tuvieron nuestros padres... ¿pero acaso no fueron ellos hijos también?, entonces el primer padre se lleva todo el merito, ahí es el exacto punto donde nace ese grupo de herméticos mortales que se afilian a alguna religión que podría llamarse algo así como "cienciología"(?) u otros escepticistas. La cuestión es que hay que culpar a alguien por quienes somos, no podemos ser naturalmente malos entonces se lo debemos a alguien o a algo... en fin.
Desde entonces y de aquella reflexión, dejé de consultar las cartas del tarot, de cuestionarme sobre si ella (que ya está aquí) es realmente el amor de mi vida o es una transición, de si somos la levedad y el peso o dos pesos pesados que se ahogan en una profundidad inhóspita. Desde que la conozco (y quizás mucho antes), mi indicador de desamparo refulgió como un radar expuesto a las más altas frecuencias y eso me es suficiente para comprender que su existencia es para mí, inherente. Puedo decir por otro lado fervientemente que la voluntad propia, el sentido intrínseco que llevamos dentro sobre las cosas y nuestro movimiento entorno a ellas es el único mapa que poseemos y por lo tanto; El vital.



- En un mundo descomunal, siento tu fragilidad... –




viernes, octubre 31, 2008

La casa hambrienta

*


-Se dilataba y expandía la casa,
ardiente de euforias constreñidas,
ardiente de sopor de madre,
de sexo enardecido,
Carbonizando las paredes enjutas,
derritiéndose como lamentos,
moribundos y urgentes,
Se extendía la casa,
se extendía hasta mis entrañas,
roídas y machacadas,
Corrían por las barandas jugosas,
los golpes empuñados perforando,
las sonrisas infantiles,
las fotografías que olían a hollín.
-Esqueletos rebotando por las escalinatas,
repletos de dudas,
atosigados por sorbetear...
el humo de las habitaciones ennegrecidas,
Aliento que se derrama y se acicala,
en las esquinas de la casa lastimada,
Espectro pueril que acalla los llantos,
los bramidos y las mordeduras del alma,
como un cuerpo que encapsula la cama desnuda,

... las ventanas quebradas,

y las miradas ardorosas.

domingo, octubre 05, 2008

Pulsiones de muerte

*


Una noche Mors se zambulló por las cornisas de su palacio subterráneo. Trepó intrépido los altos murallones del templo de Somnus, y arrebatado por su codicia le dio muerte con un suave beso que coronó en sus labios nocturnos. Muerto Somnus, Mors se hacía dueño y señor de las sombras, abrazando todo cuanto a su paso se arrojase.

El día en que Mors asesinó a su hermano gemelo Somnus, no descansaron los ríos bravos y enloquecidos, no cesaron su vuelo las aves que caían sobre los mares abigarrados de cuerpos acabados. La ciudad completa padeció el más severo desvelo. Interminables fueron las noches y los meses que transcurrieron a rastra fatigados. A todo ser insomne que suplicó oscuridad, Mors apenas le toco con su dedo concediéndole la noche eterna, alimentándose de cada último soplo y palabra renunciada.
Cada vez que dormitamos, que nos pesan los parpados, que arrastramos los pies cansados, estamos palpando el aliento de Somnus que nos engulle en su organismo espectral para poblar las tinieblas por donde ahora deambula desolado en busca de su antiguo reino, emperador de los sueños.

La imagen metafórica de Mors o también conocido como Tánatos, viviendo en nuestro cuerpo explican la autodestrucción como el principio generador de muerte. La pasividad del individuo que muerde trozo a trozo su impulso de violencia corroyéndolo hasta que ésta se adueña de su aparato motor, de su acto a seguir y finalmente de la supremacía de la violencia que embetuna y sobrepobla todo como almidón a un diabético.
Por otro lado la ciencia nos muestra como las palabras, los pensamientos enardecidos, la auto-mitigación, provocan que ésta ultra violencia absorba también la energía vital de nuestro cuerpo, convirtiéndola en desechos y bombas nucleares internas que arrebatan al ser humano el resto de "Eros" (En mitología representado como; Vida o Amor) que impulsa la vida.

Día a Día nos enfrentamos a diversas situaciones que nos vuelven paulatinamente adictos a este gen: El sentimiento irascible, la compulsión, la sobre-exigencia como un castigo psíquico y corporal, manifestado en adoraciones al ego, apetitos narcisistas que sucumben en infidelidades, desavenencias interpersonales y sensación de frustración ante la imposibilidad de concretar los requisitos mínimos de evolución que nos proponemos. Somos una especie que oscila continuamente entre la luz y la oscuridad, (entendidos como conceptos generalizados y no específicamente culturales). Somos todos potencialmente Dios, si entendemos ésta asociación de Dios, sin estar sujeta a un icono social, sino a la esencia o idea abstracta de lo que creemos Dios, como energía creadora, modificatoria o inclusive impulsadora de algo que origina muchas otras cosas. Somos una cápsula atochada de impulsos, y es ese impulso un Big-Bang liberador y atomizador del todo, aún los accidentes deben tener dos partes confluyentes de tal hecho. Un positivo y un negativo que se estrellan como dos fuerzas imparables generando un objeto inamovible. Entonces, comprendiendo este choque fundador de algo, como una energía liberada por otro encapsulado; ¿Seremos también nosotros capaces de transformar y originar tan magnas cosas?, si este supuesto fuese así posible; ¿Con qué potencia nuestra mente afectaria el orden natural de nuestro cuerpo y el de los otros?. Si somos seres divinos en potencia, también somos potencialmente seres oscuros, capaces del mismo poder de engendrar fuerzas negativas imparables.

Una persona adicta a la sensación que produce el amor. Una persona dependiente de la sexualidad que produce con quién es adicto. Una persona adicto a muchas otras drogas psicomotoras. Una persona que piensa de tal manera y en tal potencia a alguien que no sabe si existe o no, que lo atrae y que lo superpone a cualquier otro interés que pudiese procesar su pensamiento. Entendido esto: ¿Podría ésta persona convertir ésta histeria en algo real?; ¿Es acaso aquella histeria colectiva una manifestación en masa de nuestra potencialidad para originar cosas?. Podríamos entender que los cuentos de hadas, los mitos, los deseos generacionales de las personas, que toman un color universal, sin importar nacionalidad, edad o tendencia, no son sino el instrumento creador más poderoso de los seres sintientes. Puede que mucho de lo que han predicado distintas religiones y culturas a lo largo de la historia, como herramientas de sanación y de don, no sean si no otra verdad irrenunciable, que es posible perfilar dentro de los marcos de evolución psíquica.



- Somos todos mortales hasta el primer beso y el segundo vaso, y esto lo sabe cualquiera, por poco que sepa. - (Eduardo Galeano)





jueves, julio 24, 2008

Nº III

*


-Yo estaba cuando las horas
Eran las últimas de la caravana
Cuando salpicaba afilada la risa
Cuando la lluvia sometía la casa lastimada
Estaba cuando todos los cerrojos brillantes
Humedecían y oxidaban olvidados.
-Soy la que rasguña las noches de lumbres cabizbajas
Sobre la levedad de tus paredes
La que se acuesta en tus agallas
Y abusan tus miedos
A quien reverberas sus días de cólera.
-Soy sólo un infierno barrido
Un pedazo de sol fulminado
Y eres tú la gravedad de mis talones
El único cordón que sujeta la tierra a su orbe.
-Eres siempre la última primavera
El corazón intoxicado
Las tardes eternas.
Y si un día te arrastran
Hilaran mis venas
Un puente de enredaderas hasta tu vientre.

-Y ahora soy la extensión

El respiro ágil

La sonrisa infinita…


viernes, junio 27, 2008

ÁlterEgos , - parte II -

*

Tomó mi mano con la suavidad que tuvieron mis primeros años. El roce me acercaba extrañamente, a ese espacio de pureza que había perdido. Era un pedazo de intimidad que me fraccionaba una y otra vez. De pronto era una niña enjuta corriendo a las seis de la tarde por un bosque invencible en las entrañas de una escuela ruidosa. Hacinada de ingenuidad. Desde mi espalda helada se desprendía el eco de una adolescente iracunda huyendo en la ebriedad de la noche. A la vez me encontraba repartida por cada esquina de Salvador, despistada, demente y perdida. Su mano fría me recordaba a las de mi madre.

La miré como si fuese la primera vez que la veía a los ojos... esta noche eran verdes, su bipolaridad natural perdía fuerza y se unificaba derrepente. Agaché la mirada para controlar la latitud de mi mente. Un calidoscopio de imágenes me emborrachaban de golpe. Entonces miró su reloj y sugirió marcharnos. Caminamos sobre un velo nocturno distinto a los anteriores. Tomamos el vagón del metro, L1-L5, la gente comenzó a difuminarse poco a poco, como si se desintegrase gravemente. Las voces se apagaban después de disolverse cada silueta, cada color, cada respiro y cada risa que se fulminaba hacía otro escenario.

En un rápido giro, estábamos ahí, las dos solas en medio de asientos y fierros de utilería. El sonido único era el del tren friccionando en los rieles, la única luz que se perdía a veces, era la que se extinguía en el túnel más extenso en el que me había sumido alguna vez. Sentí como su cara se acercó a la mía, percibí cada lunar de su rostro, estirarse hasta palpar los míos, sus poros se abrieron abismantes, succionándome la piel húmeda y los miedos escondidos, todos sobrevivientes de oscuridades inaccesibles. Desde aquel día no conseguí evitar vez alguna, la sensación de que el corazón se me saldría por la boca del pecho... se aventaria corriendo desaforado y violento, hasta acallar sus gritos más internos.

Al llegar a destino, la observé bajarse inquieta, temblaba desde sus pupilas pequeñas hasta las pisadas inseguras. Las puertas se estrecharon como una barrera que impedía mi salto... el más grande de todos. El movimiento del carro me llevó a la pared colindante, donde el frío insuperable me cubrió por completo. Las ampolletas perdían su fulgor a medida que se terminaba el recorrido. Sin percatarme antes, las voces habían vuelto a su sitio habitual. Las voces, los pasos firmes, las risas chillonas, el sofocar humano...



- the pictures have all been washed in black, tattooed everything... -


jueves, junio 05, 2008

La niña bajo la lima

*


Me paré exactamente sobre la terraza del séptimo piso. Endeble balcón que hacía temblar mis piernas. Quizás no era el balcón, quizás era ese escalofrío que producen algunas cosas intensas.
El cielo nunca se vio tan vainilla -pensé-, de pronto todo combinaba, incluso ese café de maquina del mismo sabor, que me llevaba algunas veces, y que ahora me servía sorbo a sorbo como un acto de reminiscencia.

Mi vida en ese entonces era como un cuadro sacado de un comercial otoñal. El aire tenía ese teñido ruborizado por la calefacción vespertina, el ruido de las hojas secas que se resquebrajan mutuamente entre compases al viento, el sonido de las llantas inflamadas abrazando el asfalto frío. Encendí el televisor de la sala, me lancé al enorme sillón blanco, y hojeé con un pulso inquieto la programación de la semana. Del otro lado del apartamento, una anciana acicalaba a su viejo y arisco gato, mientras miraba a la ventana, en busca de un recuerdo lúcido que no haya sido alterado por la imprecisión en que se difuminan los años. En el piso de abajo, una niña de trece años abría la ventana de su habitación para dejar escapar el humo de su cigarrillo corriente, mientras abría una caja de pastillas, que llevaba entre temblores a su boca fruncida, y justo en el instante en que una lágrima besaba su piso, a kilómetros de distancia, una muchacha salía de su casa con un pálpito único, ese que la impulsó a cerrar desde afuera, por última vez la puerta de entrada.

Mi corazón se detuvo dos segundos antes de que el timbre sonara, lo supe entonces, la vida tiene algunos golpes de suerte, y a este apenas le pisaba los talones. Abrí la puerta, y a mi frente en el muro empapelado, el cuadro de Dalí -la persistencia de la memoria-, cual antes admiraba tanto, y ahora odiaba con una energía inhóspita. De pronto su olor me vino de golpe, se incrustó por mis poros como un gas instantáneo, y su abrazo llegó antes que la detención de mi corazón me imposibilitara la vida. Entonces volví a estar allí, como si algo me hubiese arrastrado hasta una oscuridad sórdida, y un día de tantos un trozo de luz me succionara devuelta a mi tierra húmeda.


-¿Por qué no me reconociste?-
-Porque no lograba verte-

-¿Ahora me ves?-
-¡Nítidamente!-
-Quédate...-
-Aún estoy bajo el árbol...-
-¡Quédate!, en otoño los limones crecen en todos lados.


Podría haberlo visto el día que palpe el primer de sus abrazos. El pecho se me hinchó tanto que creí que se partiría en medio. Pertenezco a esa especie de seres que a tales manifestaciones de engrandecimiento se enrosca como un animal asediado. Así me constipe como un alacrán asustado por el enrojecimiento interno. Nunca me vi tan alterada. Podría haber corrido tanto que mi sombra se habría tirado deshidratada a mitad del camino. Los meses pasaron a rastra y yo los empujaba con mi último aliento. Mi cuerpo se alimentó de euforias efímeras. Me perdí entre el humo de la ciudad, las copas tiradas y las noches temibles. Un día decidí cruzar a la calle iluminada, aquella donde el sol pegaba con más fuerza. La agarré mientras apuraba su paso, la envolví por la espalda, la sumí en mi ruido. Me metí de un salto en sus ojos, rompiendo todo a mi lado. Entonces me sonrió... fue la primera vez que vi su boca brillar tanto.

Esa tarde no podría cerrar la puerta si ella no entraba primero. Los espejos del corredor se derretían reflejándose unos a otros, emitían gritos de horror al descubrirse vacíos. Me miró con su placidez característica, posó su mano en mi pecho y lo detuvo todo. De pronto el sonido se había desvanecido, un silencio profundo y antiguo me poblaba por completo. Mi mirada seca se hizo agua, y luego torrente puro. Nos emancipamos como bestias que corren de regreso a su selva. Tomé su mano caliente y sudorosa, caminamos directo al balcón donde antes me encontraba y le pedí que saltara, sus pupilas se empequeñecieron de súbito y me observó con inmensa incertidumbre. Apreté su mano nuevamente con ánimo y le susurré que saltara. Se acercó a la baranda de madera y con un sólo paso decidido, una parte de sí misma, se arrojó a la acera desnuda, mientras yo la sostenía con firmeza, para que no se fueran las dos juntas.
Esa fue la última vez que vimos a la niña que vivía bajo el árbol de lima.




jueves, mayo 15, 2008

Cuando le gané a la ficción de mí: -ÁlterEgos-

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Los hay de todas clases; -Fetiches, condescendientes, nostálgicos... devastadores- Pero a mí me gusta uno en especial. Comienza con una suave punzada en el centro del estomago, seguido por un pequeño apretujón en lo profundo de la garganta. De pronto te vuelves agua... turbia y maliciosa. Es ese punto en cuanto sabes que toda la meditación, el tantra y la elevación espiritual se te fue a la mierda. Y todo lo que emerge de tus agallas por turbulento que sea, es la única verdad que posees. Por primera vez en tu jodida vida, te sientes gloriosamente real, tanto como si hubieses estado caminando demasiado tiempo sobre un mundo de papel crepé. Acabas de despertar. Estás parado con el mundo debajo y no tienes ni una mísera palabra que entregarle al fastidiado pedazo de piedra que te sujeta los pies. Sólo una... un compendio de monosílabas disonantes y dialécticas, que proliferan de tu boca amotinada de censuras, que como una burbuja atascada en lo hondo del envase, se elevan una a una (y cierta vez al unísono), formando un nuevo modo de transmitir algo... algo grande y arrebatador. -Los estremecimientos son lenguajes corporales que ayudan al interlocutor a comprender más intensamente la variabilidad del mensaje.- Pero un folle es un folle, después de todo.

Harta de las señales que no significan nada, colmada de los espacios demasiado grandes para llenarlos en un sólo día. Cogí el primer error de los grandes y lo convertí en algo divino. ¿Que podía decirme a estas horas el destino, ya tan críptico para mi humor?. Abrí la puerta de mi habitación como a una tumba fría y sombría, descubierta a pedazos de luz tibia que se colaban poco a poco entre mi impavidez y mi fiebre. Me desvistió por encima de los retazos de mi cama, como a una amortajada invocada en la penumbra más quejumbrosa de la ciudad. Casi a punto de caer, siguió sonriendo con ese rubor maligno e infantil. Me tomó por los extremos de mis desavenencias, le seguí hasta morder su olor como años antes lo hice; emergiendo entre espasmos y dolor.
Aunque fuese lunes al mediodía, decidí sentirme como un domingo temprano por la mañana. Lleve a cabo todas esas cosas que ella hizo alguna vez por mí. Abracé los abrazos que llegasen, bebí las palabras que volasen hasta mí, desayuné a su lado, la miré como quien se encanta con un extraño a quien acabas de reconocer y al final de la jornada esquive su boca decidida y dejé los besos mediocres que le quedaban para alguien más que los necesitase con la urgencia con que ella los daba. Y me sentí tan cálida como te sientes al despertar al sol de un domingo tranquilo. Los hasta nunca, jamás fueron tan dulces y concretos como ese día.

Esa tarde lo supe... si bien le había puesto el candado a algunos ciclos semi abiertos, aún quedaban otros por cerrar en parajes desconocidos. Son de esos círculos que no dejan de rebotar y girar con biosfera propia. Entonces comprendí que a veces es bueno disponerse a correr lo más rápido que puedas. Sobre todo cuando la corrida tiene que ver con alcances y no con huidas. Me detuve donde me debía detener, justamente en ese eslabón endeble que me dejaría caer sin aspavientos ni demoras. Y si la vida no se trata de riesgos, ¿de que se trata?. Puse todas las palabras en mi boca que me negaba a decir, y todas las imposibilidades que me amarrasen, a mitad de camino. Y la luz roja dio justo a la hora exacta en que mi ficción y yo nos cruzamos de frente. Contuve su mirada mientras avanzaba hacía la siguiente vereda y se me acercaba burlesca, desafiante y altanera, gritándome con su risa abismante, todas las veces que había perdido ante ella. Pero mi sonrisa pudo más, logró quebrarla hasta el final de nuestro cruce, dejándola atrás para siempre. Mi ficción se había ido a la acera donde siempre debió estar, ahí, observándolo todo como un espectador hambriento e incapacitado. Está vez iba sola, yo y mi mente en silencio, con la corazonada que agarré del cielo y no deje ir.
No sé que tan amigas habremos sido, ni que tanta atención le preste a la serie de sucesos que ocurrieron el año anterior, pero de pronto todo cobraba sentido, incluso la ya tan lejana noche pasada. Una banda sonora comenzaba a resonar en mi cabeza, que me animaba a seguir hasta el final de la escena... de todas la más esperada. Esa tarde fui tan sincera como nunca antes lo fui en mis memorias. Simplemente estaba parada ante un millar de probabilidades que se habían disparado en el momento en que los dados se lanzaron sobre el mesón en dónde se crean todas las cosas...




-continuará-





lunes, abril 14, 2008

Ni el I ching , ni Freud

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Según Freud, nuestros sueños no son otra cosa que el grito de auxilio de nuestros deseos censurados. Aparecen de pronto enviándote coordenadas caóticas, casi inteligibles y tan fáciles de malentender, que su acierto es una obra de azar. Despiertas una mañana creyendo saber algo, sintiendo que tienes la gran idea entre tus manos. Y aunque te haz vuelto experto en unir-desvincular y rehacer señales imprevistas, la enérgica credibilidad (pecadoramente ingenua) de los veinte años te arrastra a creer que este es tu día de suerte, tu día de arrojo al realismo mágico (de garcía marquez), y que como un efecto decodificador de la vida todo se condensará para subirte a sus hombros y lanzarte a la calle más directa a tu destino, a ese zaguán al que esperas rendirte como un animal cansado del sol rabioso, de la hierba mala, del frío desértico.

La vida no es tan impetuosa como se cree, eres tú quien le arrebata a tirones su energía ilimitada (aparentemente), quien apreta entre sus dientes las oportunidades que cuelgan. Un día de estos sufriré de una embolia -pensé-, de tanto masticar y masticar a apretujones las casualidades más que nada causales y vaticinios que sin traducción previa son un impulso abigarrado de negaciones.

Quiero un frío... uno pequeño. Un pedazo de frío que me devane las asperezas (también las-perezas). Que me ponga la piel más asertiva (o creativa), que me congele la cabeza caliente de tanto pensar en que debo mantener los ojos bien despiertos. Despiertos para saber distinguirla sin una suma incontenible de errores y malos augurios pisándome los pies... ¡Ufff...!, Ahá, me agoto por hiperactiva, por no entender que lo primero es sentarme de una vez y esperar a que me encuentre, que de tanto moverme damos vueltas en círculos (imaginarios y polares), que la busco y la pierdo y me pierdo entre las caras de la gente y estoy ahí una vez más, parada en el centro de la ciudad, saliendo de un pequeño departamento hecho de melocotón, descendiendo de un automóvil tan pequeño como una cereza, y finalmente cerrando puertas... ventanas, posibilidades, etapas. Todo por ella, por no saber reconocerla.

Tuve sueños mellizos. Me vi mordida por bocas distintas, magullada hasta los huesos. Me vi acorralando y siendo domesticada como una bestia. Y depredando a la vez todo cuerpo, toda mirada que me pareció cómplice o enemiga. Finalmente estaba aquí, vacía de deseos, vaciada para llenarme de nuevo con la pureza de quien ha saciado instintos y venganzas.

Hace poco comencé a leer el libro de los oráculos, la fuente de toda sabiduría según decía Confucio. En alguna parte leí que la vida esta formada por una cadena de sucesos sincrónicos, que resultan en una; "aparición simultánea de pensamientos, símbolos o estados síquicos idénticos...", según recuerdo. En algún sitio alguien esta teniendo la misma obstinada idea que yo, la pregunta de hoy es donde y cuando se resuelve el punto donde convergemos. El encuentro.


sábado, abril 05, 2008

Choose life

*


"
Elige la vida. Elige un empleo, elige una carrera, elige una familia. Elige un televisor grande que te cagas...".
Mandé mi mente a blanco. Mandé al tiempo, los nombres, los recuerdos, al carajo. La vibración me inundaba como a un pez recién parido. Tomé mi piel. Tomé mi maldito cuerpo y lo lancé a la pista sin escrúpulos. Underworld se zambullía en mis oídos y me destripaba la garganta. Le gritaba a mi corazón sordo hasta paralizarlo del susto. Algo grande sucedió... de pronto no había rostros, no había ninguna voz.

Cuando se trata de posibilidades, soy igual a Dios. No importa lo que se requiera, siempre encuentro la forma de obtenerlo, en el instante, en el momento justo para acabar con las leyes naturales, con los pronósticos que dicen que si algo tiene la más remota oportunidad de salir mal, saldrá mal. Puedo ser una baraja infinita, pero una baraja sin ases. La vida te elige a ti, curva tu camino como si fuese una figura de plastilina. No importa cuan tenaz seas a la hora de contradecirla. Cuando crees ser el maestro de orquesta te das cuenta que no haz sido si no otro violinista.
Primer acto: Dos entradas a la fiesta del año. Segundo acto: Una invitación sorpresa. Tercer acto: El plan se transforma en una seguidilla de eventos inesperados, y en una fracción de segundos me encuentro reconstruyendo los desastres de mi vida.
Hace treinta y un días no escuchaba su voz. La carencia de posibilidades me empujo a llamarla, a enfrentarme de una vez por todas a mis errores más obstinados. Por primera vez no tuve miedo, algo seguiría desnivelado si la mantenía más tiempo fuera de mi vida. Alguien me dijo una vez, que a las personas importantes hay que conservarlas de distintas maneras, cuando no pueden ocupar el rol que quieres. Es la única forma de no perderlas. Y perder a gente importante, es un punto de declive. Te ves funcionando mal en serie y sin frenos al alcance. Entonces puse el pie en el freno al fin. Sentí de pronto que había perdido el aire, que había corrido mucho hasta aquí, mucho para tan cortas semanas. Huí lo más rápido que pude del huracán que logré formar con mis gritos, y sólo hasta ayer no me había percatado que aún otros escuchaban mis ecos en furia.

Un cosquilleo me zumbaba los pies justo antes que comenzara a resonar Born Slippy, y en el momento preciso en que llegó a mí la bofetada del sonido, un calidoscopio de miradas y rostros me golpearon de frente. Todas ellas tan opuestas, todas tan distantes de sí, ni un matiz entre sus voces se les asemeja, sin embargo todas tienen algo en común, algo que aún no puedo comprender, pero que me arrastra siempre hasta el mismo lugar... lugar del cual salgo a toda prisa y sin destino. Quizá el punto de encuentro entre ellas, sea ese camino por el cual me lanzo disparada, una calle de euforias y velocidad que me arroja desorientada y mareada a alguna acera conocida.

El caso es que de algo sirvieron mis semanas de meditación budista. Cuando creía que simplemente era un tornado que nunca controlaría sus pensamientos, me hallé con un Yo desconocido. Alguien más que se adueñaba de mi personalidad indómita, y ese alguien detonó un equivalente de control y equilibrio en mí. Por primera vez en mi vida, estaba presente, por una jodida y única vez mi mente no estaba en otro lugar y mi cuerpo no se alimentaba de placeres con inercia. Esta vez estaba ahí, parada en el centro del mundo, escuchándolo todo, sintiendo mis vértebras contraerse una por una hasta zamarrear mi corazón dormido. En ese minuto todo desapareció. Un trance puro me acerco a mi humanidad, a saber que estoy viva y que no hay necesidad de un plan. Todo ha sido perfectamente instalado... porque el show debe continuar.
"Drive boy dog boy, Dirty numb angel boy, In the doorway boy, She was a lipstick boy..."



lunes, marzo 31, 2008

La señal que esperaba

*


Si hay algo que asusta, son las señales. Te encuentran en cualquier lugar. No hay nada más insensato que huir de una, y sin duda el espanto es aún mayor en ausencia de ellas, -la ausencia de señales puede ser también una señal-. Un grito afortunado que te indica que estás en la acera equivocada persiguiendo a tan sólo un extraño.
El problema es que las he tenido todas. Aparecen de pronto, como un golpe súbito, como la respuesta a un llamado de auxilio. Todo comienza con un profundo y acallado deseo. Un cosquilleo que se acrecienta a medida que se acerca el momento. Simplemente lo sientes, sabes que vendrá la pequeña señal a arruinarlo todo. Justo cuando te haz dado por vencido, cuando estás decidido a cruzar la acera de vuelta a casa; El golpe te alcanza.
Una tarde cualquiera sientes como tu estomago se contrae, ese es el primer indicio de deseo. Te haz vuelto tan dependiente de las iniciativas ajenas que tomar un riesgo es casi impensable. Sin embargo ahí estás, a punto de saltar, pero no hay nadie que ejecute el empujón final. Entonces llega de sopetón la señal que necesitabas. Su mano encontrándose con la tuya, como si el camino para llegar hasta allí, hubiese sido demasiado largo y agotador. Te quedas prendida de ella el tiempo que alcance. Las respuestas a deseos tales, casi siempre son de minutos escasos. Si durasen más, seguramente el corazón saldría disparado... por la ventana y sin retorno.

Hoy era uno de esos días en que estaba dispuesta a doblar en la siguiente avenida. La vida cansa... sobre todo cuando es tan implícita. Cuando crees tener algo entre manos, un pequeño soplo lo vuela todo. Entonces tiras el puñado de señales a los pies de alguien con mejor suerte. Sales de ahí, frustrada y enfadada. ¡Es que todo tiene que ser tan complicado!; El destino, las señales, el Karma, las corazonadas, el error.


La conexión.

Corrí tan fuerte que estallé el reloj. La alcancé justo antes de terminar la calle. Me pregunté de pronto como es que me podía conmover tanto el verla llorar. Algo en mí se estremeció. La habría buscado por callejones cualquiera, infinitas veces, con la seguridad de que sólo yo podría saber donde estaba. Es cuando tienes la certeza que no hay nadie más... nadie más que mire en sus ojos y los capture de tal modo que desenganchar el contacto es parte de un movimiento forzoso.

La cuidé lo que restaba de la noche. A distancias adecuadas. Lo suficiente para mantenerla a salvo. De vez en cuando abría los ojos para saber si continuaba intacta. Entonces me pregunté que estaba haciendo. Podría irme a toda velocidad, antes que me alcanzara el embrollo. Podría ignorarla... podría continuar la fiesta, la bulla, la euforia. Pero no podía dejar de pensar en ella. Me quedo. Es lo último que me dije recostada a su lado, frente a un delgado haz de luz que iluminaba su rostro mientras terminaba la madrugada.
Por la mañana todo era un hastío en mi cabeza. Había perdido la pureza que tenían los momentos a su lado. Ya no había señales, rubor, complicidad. Sólo un gran lío que estaba por acabar. Me sentí aliviada. Aliviada de poder volver a mi normalidad. A casa una vez más. A casa con nada entre los dedos. Fue entonces cuando floreció un último deseo. Es casi aterrador… -“Deseo recortar las distancias” y entonces ella se acerca, “Deseo sus manos” y sus manos me atrapan, “Deseo que llame esta noche”… Y el deseo se encarna en unos frágiles segundos-. Ella actúa respondiendo a cada pensamiento que se instala en mi cabeza. Pareciera que algo muy secreto nos conectara. Cada íntima ocurrencia es un pase de acceso. Aún no sé exactamente lo que es, pero pende de un hilo.

Las señales están por doquier. Las hay de todas texturas y colores. Y sé que tras de cada una hay un mensaje substancial. Pero como saber si ella también las ha percibido, si ve esa misma multiplicidad de formas.

Está vez me quedo acá. Acá sentada, cruzada e inesperada. Aguardando a que se acerque un poco más, porque como dijo alguien alguna vez; Todo lo que esté a más de doce pasos, no vale la pena.



domingo, marzo 23, 2008

La casualidad de mi vida

*

Últimamente es el sueño. No descansas y te cansas de jamás llegar a puerto. Soñar es un trabajo duro.
Sueño un automóvil con personalidad, sueño un apartamento en medio de la ciudad, un día de lluvia, la película preferida que veré por primera vez, y lo más difícil de imaginar... Ella. Estamos hechos de asociaciones. Así, lo más complicado es evitar que sea constituida de cosas que ya he logrado amar.

El sueño.
Los egipcios creían que durante el sueño, el alma se transportaba hasta los reinos espirituales fuera de su envoltura material, por ende todo lo que sucediera en ellos contenía un cifrado mensaje divino. Una voz en off que nos apuntaba nuestro devenir. Hace días he perdido ese estado altruista. Mis ojos están tan abiertos que hasta los pestañeos son acciones forzosas. Estoy esperando algo... Anna en "Los amantes del círculo polar" lo describía con fidelidad; "Estoy esperando la casualidad de mi vida, la más grande...". La cosa es que la vida no sólo está hecha de casualidades, si así fuese, no importaría lo que hiciese hoy o mañana, el resultado final sería el mismo. Me atreví a incidir en eso. Corrí tanto que tuve un pálpito distinto de todos. Es tan simple equivocarse con eso de las corazonadas, cuando crees que ya viene una tremenda, te das cuenta de que sólo era la arritmia, y a poco algo te paraliza… pero el efecto de muchas causas, es igual de ilusorio.

La corazonada.
A modo de que las hay tantas, es necesario catalogarlas. La primera es la más importante; Su aparición te hace percatarte de que no hay demasiado oxigeno en el mundo, que es necesario guardar un poco. De pronto cada segundo que sucede, es un respiro suspendido... ahí es cuando lo sabes, sin ella te hiperventilarías de por vida.
La ley de la atracción funciona en formas misteriosas. Tienes la certeza de que no es ella la casualidad que esperabas, ni el sueño descifrado. Posees la seguridad de que si sales por esa puerta, no llegara con la frase precisa a sellar el momento galardonado. Sabes que todo lo que necesitas es un cliché. Pero ahí estás, frente a la mujer equivocada aguardando una señal tempestiva.

Hoy me di cuenta de que sus pestañas son más largas de lo normal, que podrían sellar sus ojos tan perfectamente que ninguna onda de luz le arrancaría el sueño. Y que tiene manos suaves, por cierto... me entere cuando tomo la mía, luego no la soltó más, podría haber pasado la mitad del día colgada de la suya, sólo por si la corazonada se hacía grande, pero como dijo Penélope Cruz en Vanilla Sky; "Nos vemos en otra vida, cuando los dos seamos gatos...".


viernes, marzo 21, 2008

Piscis me pena

*

Apoyada en las puertas traseras de un vagón del metro, desteñida por el tintineo de la luz al sumergirnos en el túnel. En el andén de Baquedano, en la esquina que cruza Pio nono, sobre la ciudad alborotada la encuentro... bajo mil rostros, con ningún nombre.

Ella.

A lo lejos se escucha un resonar romántico cuando evoco sus memorias perdidas. El color de sus ojos oscila entre el marrón más verde y una oscuridad inocente. Su piel canela, nieve, rosa. Sus labios pequeños, voluptuosos, delgados y anchos... me desarma, es un espejismo que me pronuncia pero no me lleva a ningún lugar.
Hace ocho meses un visionario mítico que vive en las periferias de este lugar, miró en mi futuro y logró verla con tal nitidez que aseguró sentirla cerca, dijo que también yo la sentiría, que mi mirada debería estar bien despierta y mi mente tranquila. Ahora estoy aquí, cercana a la fecha, intentando despertar, escuchando las señales a veces silenciosas, a veces traviesas, que de vez en cuando me logran engañar.

El engaño; Sucede que todos estamos propensos.

Su nombre podría ser el compendio de muchos otros. "Dulce día", hace poco conocí una chica llamada así, paseamos por la Alameda una tarde, fuimos a comer a un restaurant de Agustinas, al que alguna vez me llevó una ex, y que luego yo llevé a otra y repetí las mismas frases que me lanzaron al momento de una despedida. Esta vez estaba ahí, en el mismo lugar y lo único que podía pensar es que había terminado ahí, repitiendo patrones, por no tener un plan, porque por primera vez en mi vida salí sin un puto plan.
Después de tanto, nada podría salir tan mal, supongo que también hay días "agridulces" y que no todo lo que dicen los astros es tan cierto como uno quisiera. ¿Pronostico?, sigo pensando que Piscis es el único signo que logra inundar mi irascibilidad, y si ella existe o me ha encontrado, continue poseyendo está extraña cualidad.