viernes, noviembre 26, 2010

Sujeto/Objeto

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Me degenero sin condiciones en cualquier ranura devastada. Más allá de la destrucción celular que sufre mi espíritu, persiste un cuerpo inmune. -Cuantos pasos más, antes del vértigo-. Los soliloquios son cada vez más frecuentes: Las afrentas frente al espejo y el acecho de las sombras.
¿Qué es lo pendiente?.
Las imágenes me envuelven, me trenzan como alimento para sus fauces. Quiero el desapego, lo deseo como deseo las cosas que me persiguen. Doy vueltas incesantemente y tropiezo con risas siniestras, carcajadas envolventes carcomiendo mis sienes. Es aquí cuando me detengo, cuando miro al centro y grito tu nombre para deshacerme de los espejismos que me acosan. Nada de esto es real... lo sé. Lo fabrico para sentirme más sana. Un susurro... eso quiero decirte. Un susurro que contiene a otro, que tiene lenguaje propio, que posee todos los secretos que se despedazan entre tu aliento y el mío. Sin duda, hay sólo una cosa que debes saber: Soy objeto enfrascado. El grito desmantelador del todo. Y con esto quiero decirte que no hay rojo más sangriento que el de tu boca.



"Aquel que quiere permanentemente -llegar más alto- tiene que contar que algun día le invadirá el vértigo" - Milan Kundera-.


miércoles, septiembre 15, 2010

( Septiembre )

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Algo ha barrido el gris intrínseco de la ciudad, algo ha soplado a fondo los barnices oxidados de los sábados a las seis. ¡Donde están los fluorescentes tintineantes dominando los extremos nocturnos!. ¡Donde huyeron los balbuceos moribundos!, ¡las aceras congeladas!, ¡los gritos en flor!.
Me pierdo en las mañanas airosas, le temo a los relámpagos de sol, a las sonrisas silvestres. Que tremebundos, que desahuciados son los temblores ahora, en medio del arenal. Los desiertos son refugios para mares hinchados golpeando en mi puerta, la vida se desborda como un arsenal de violencia y yo quiero escapar. Escapar a las profundidades de la tierra, donde aún está húmedo, donde el frío es la amenaza, donde puedo elegir a mis enemigos y puedo distinguirlos por su oscuridad.
Me siento bien en los rincones delirantes, en las fauces de un animal agónico, en la helada encantada de mi habitación. Sabré esconderme como el follaje esconde a sus presas y a sus muertos.
Me atacan las alturas: Los segundos pisos, las esquinas de las ventanas, la transparencia de las sabanas, el horror de tus ojos almidonados; suaves espinas fructosas calando en mi lengua sangrienta, aparcando heridas, cuchilladas malditas en cada pliegue de mi boca. Te cierro las puertas para que no puedas seguir masticando a fondo; las risas infantiles que me quedan, los recuerdos anisados, la melodía pérfida de los amaneceres de primaveras como éstas, tan rebosadas, tan desastrosamente coloreadas, como si el escenario fuese la obra de un niño obsesionado con su crayón amarillo eléctrico.
Voy a dejarte entrar por una esquina mal parchada. La caminata hasta aquí es una plegaria, un sufrimiento inducido. Debo advertirte que habrán sombras que querrán lastimarte porque no reconocen tu olor. Que si le temes a los ruidos, a los lamentos invisibles; ¡No vengas!. Aquí el agua es demasiado helada por la mañana, aquí todo es demasiado real para que puedas reír.




Si tus miradas salen a vagar por las noches, las mariposas negras huyen despavoridas.
tales son los terrores,
que tu belleza disemina en sus alas. -Oscar Hanh-




martes, septiembre 14, 2010

Estelar

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Los años pasan y es el mismo desvarío. Dejó de escribir las páginas de un diario porque su corazón se hartó de la violencia de una ciudad. Los minutos pasaron cual fuesen vidas enteras. Cuantas vidas fingiendo que es la primera vez. La primera vez que se veían a los ojos, los primeros mil quinientos roces en el corredor. Su perfume se encriptó en su garganta y hubo una explosión, desde entonces no puede levantarse de la cama, se ha ocultado en la sordidez de su habitación. Los años pasan y es la misma desventura. Los segundos cual fuesen vidas. Cuantas vidas fingiendo que es la primera vez que se arrastran sus venas hasta el ascensor. Creció su cabello, desaparecieron sus pupilas en la bruma despiadada de una escena sin color. El día trecientos que se enteró que algo no paraba de repetirse en su cabeza colmada de aullidos: ¡TANTO RUIDO! -gritó-... tanto alrededor y los labios de ella eran un arpón dormido. Desde entonces le puso atención a los detalles, a las mañanas en que tocaba el suelo y todo era un centímetro entre el dormitorio y la última estación. Los fantasmas que le deshilachaban la blusa color bermellón, las mejillas en rubor, las sonrisas valientes nuevamente trepando las paredes enjutas: ¡HOY ES UN DÍA ENLOQUECEDOR!. Cuantas puertas se cierran al son de su caminar confiado. Y ahí está ella con la mirada detenida, con una primera vez erosionada en multicolor y ahí está ella dejando que las medidas sean terroríficas, porque los años pasan y es la misma lentitud, los recuerdos cual fuesen absurdos colgando de un prendedor. Cuantas vidas fingiendo que es la primera vez...




¿Pero qué otra cosa hubiera podido dibujarte? ¿Qué mensaje hubiera tenido sentido ahora?. - Córtazar -

martes, enero 26, 2010

Autobús Nocturno

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Objetos desteñidos aprisionando las habitaciones como si estas se fuesen a escapar por los anchos ventanales abarrotados de polvo. Risotadas, caídas, nauseas; atrapadas en la garganta metálica. Noches oscuras y ampolletas estridentes desesperadas, amedrentadas por el miedo de la ciudad a cerrar los ojos, a verse insondable.
Mira la noche desde un ángulo demasiado pequeño, como si fuese de pronto una criatura diminuta frente a un monstruo descomunal. Se acecha a sí misma en la soledad de las calles y la cruza indolente, con la melancolía de los carteles fluorescentes en madrugada. Y busca algo entre la suciedad de las ventanas, en el susurro tibio del motor congestionado de un autobús vacío, y la divisa cruzando la acera, distraída, perdida entre los anaqueles de una parada imaginaria. Y se ve envuelta dentro de un autobús sin puertas: sólo ventanas selladas y ruedas imparables. Es el único autobús nocturno que no se detendrá para que pueda recogerla, aunque la vea lastimada, aunque sienta sus gritos apagándose en su cabeza. Y cómo podría decírselo, cómo podría lanzar un bramido sordo que le advierta que la noche se hará cada vez más fría... que no puede alcanzarla, que por haberse rendido ha caído en una celda.

De pronto comprende que el orden es simplemente aparente, que las ventanas son quebrantables y que los golpes contra la acera sanarán al llegar la mañana. Entonces azota las ventanas, destierra las bisagras oxidadas de los fierros de contención y los despliega contra el autobús con la violencia de un niño embrutecido y cae contra los asientos rechinantes, una y otra vez, hasta alcanzar el salto, hasta que se abre como una orca lastimada el autobús despedazado y salta... salta con el corazón precipitado de negaciones, atiborrado de canciones melosas que reverberan euforias constipadas. Salta para probarse a sí misma que la velocidad de los años es la única infranqueable. Salta para alcanzarla, atraparla al fin y vencer los artilugios de lo inevitable. Entonces cae en la piedra, en el caos y en el principio de todas las cosas que se revuelven en un remolino interminable que seca la ciudad hasta sus límites. Y el remolino arrasa con el parque en donde se escondieron, con el boulevard por donde se volvieron licor añejo y resina, con las estaciones de metro, con los rincones, con el olvido repentino que va imantándolo todo y de pronto todo es un sitio yermo, sin luces de neón, ni autobuses sellados, ni paradas imaginarias, ni noche, ni ella... en ninguna parte.
Después de un salto descomunal en los vórtices del destino, todo se ha borrado, como si la lapicera cruenta hubiese succionado la tinta y dejado el papel en un blanco fantasmal, para volver a transitar con su vaivén en medio de una ciudad atestada de ruido, faroles ciegos, paraderos vacíos, y en ella ningún nombre en medio de la luz desmemoriada.




Entonces fuimos barridos por el huracán y caímos jadeando en el ojo de la tormenta.. - Oscar Hanh -.