jueves, mayo 15, 2008

Cuando le gané a la ficción de mí: -ÁlterEgos-

*


Los hay de todas clases; -Fetiches, condescendientes, nostálgicos... devastadores- Pero a mí me gusta uno en especial. Comienza con una suave punzada en el centro del estomago, seguido por un pequeño apretujón en lo profundo de la garganta. De pronto te vuelves agua... turbia y maliciosa. Es ese punto en cuanto sabes que toda la meditación, el tantra y la elevación espiritual se te fue a la mierda. Y todo lo que emerge de tus agallas por turbulento que sea, es la única verdad que posees. Por primera vez en tu jodida vida, te sientes gloriosamente real, tanto como si hubieses estado caminando demasiado tiempo sobre un mundo de papel crepé. Acabas de despertar. Estás parado con el mundo debajo y no tienes ni una mísera palabra que entregarle al fastidiado pedazo de piedra que te sujeta los pies. Sólo una... un compendio de monosílabas disonantes y dialécticas, que proliferan de tu boca amotinada de censuras, que como una burbuja atascada en lo hondo del envase, se elevan una a una (y cierta vez al unísono), formando un nuevo modo de transmitir algo... algo grande y arrebatador. -Los estremecimientos son lenguajes corporales que ayudan al interlocutor a comprender más intensamente la variabilidad del mensaje.- Pero un folle es un folle, después de todo.

Harta de las señales que no significan nada, colmada de los espacios demasiado grandes para llenarlos en un sólo día. Cogí el primer error de los grandes y lo convertí en algo divino. ¿Que podía decirme a estas horas el destino, ya tan críptico para mi humor?. Abrí la puerta de mi habitación como a una tumba fría y sombría, descubierta a pedazos de luz tibia que se colaban poco a poco entre mi impavidez y mi fiebre. Me desvistió por encima de los retazos de mi cama, como a una amortajada invocada en la penumbra más quejumbrosa de la ciudad. Casi a punto de caer, siguió sonriendo con ese rubor maligno e infantil. Me tomó por los extremos de mis desavenencias, le seguí hasta morder su olor como años antes lo hice; emergiendo entre espasmos y dolor.
Aunque fuese lunes al mediodía, decidí sentirme como un domingo temprano por la mañana. Lleve a cabo todas esas cosas que ella hizo alguna vez por mí. Abracé los abrazos que llegasen, bebí las palabras que volasen hasta mí, desayuné a su lado, la miré como quien se encanta con un extraño a quien acabas de reconocer y al final de la jornada esquive su boca decidida y dejé los besos mediocres que le quedaban para alguien más que los necesitase con la urgencia con que ella los daba. Y me sentí tan cálida como te sientes al despertar al sol de un domingo tranquilo. Los hasta nunca, jamás fueron tan dulces y concretos como ese día.

Esa tarde lo supe... si bien le había puesto el candado a algunos ciclos semi abiertos, aún quedaban otros por cerrar en parajes desconocidos. Son de esos círculos que no dejan de rebotar y girar con biosfera propia. Entonces comprendí que a veces es bueno disponerse a correr lo más rápido que puedas. Sobre todo cuando la corrida tiene que ver con alcances y no con huidas. Me detuve donde me debía detener, justamente en ese eslabón endeble que me dejaría caer sin aspavientos ni demoras. Y si la vida no se trata de riesgos, ¿de que se trata?. Puse todas las palabras en mi boca que me negaba a decir, y todas las imposibilidades que me amarrasen, a mitad de camino. Y la luz roja dio justo a la hora exacta en que mi ficción y yo nos cruzamos de frente. Contuve su mirada mientras avanzaba hacía la siguiente vereda y se me acercaba burlesca, desafiante y altanera, gritándome con su risa abismante, todas las veces que había perdido ante ella. Pero mi sonrisa pudo más, logró quebrarla hasta el final de nuestro cruce, dejándola atrás para siempre. Mi ficción se había ido a la acera donde siempre debió estar, ahí, observándolo todo como un espectador hambriento e incapacitado. Está vez iba sola, yo y mi mente en silencio, con la corazonada que agarré del cielo y no deje ir.
No sé que tan amigas habremos sido, ni que tanta atención le preste a la serie de sucesos que ocurrieron el año anterior, pero de pronto todo cobraba sentido, incluso la ya tan lejana noche pasada. Una banda sonora comenzaba a resonar en mi cabeza, que me animaba a seguir hasta el final de la escena... de todas la más esperada. Esa tarde fui tan sincera como nunca antes lo fui en mis memorias. Simplemente estaba parada ante un millar de probabilidades que se habían disparado en el momento en que los dados se lanzaron sobre el mesón en dónde se crean todas las cosas...




-continuará-