domingo, septiembre 22, 2013

Cementerio de primaveras

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Voy insomne en primavera, de nuevo, pateando las horas como piedras en la calle, en mi camino atolondrado, en el mismo que besó otra primavera y este es el veintiuno más letal, es el número adolorido, es la mañana lluviosa de septiembre despidiéndose en la esquina. Es el aniversario de una muerte querida. El cumpleaños de las agonías. Estoy parada justo en el origen de todo. En el ojo de la tormenta y estoy sola: Siempre lo estuve. Dos brazos imaginarios me sostenían la espalda, dos pies imaginarios se posaban sobre los míos y una boca imaginaria arremetía contra la mía. Dos ojos imaginarios se esclarecían frente mío; Se volvían amarillo siniestro, amarillo avaricia, amarillos cicatriz de botón de oro. Estoy sonriendo en el día uno. En el final. En la partida. En la última línea enemiga. Y me sonríe tu fantasma, de vuelta. Se vuelve sonrisa gigante, dientes gigantes, hendidura gigante, engrandeciéndose como un portal por donde me vuelvo pequeña entre dudas abismantes. Busco la mirada de la serpiente. La Ofidia con su mandíbula ensanchándose y estirándose para engullirme completa, la hambrienta. Me ronda, me saborea. No, ella no quiere tragarme. Ella no necesita comida. Ella es el veneno de los corazones. Es el azul oscuro casi negro. Es el día veintiuno que me persigue, que se burla de mis asociaciones, de tanta casualidad absurda, que lanza carcajadas contra esa camiseta bordada con el número desdichado de la infancia. Que se trapica con una noche de invierno veintiuno entre los campos de girasoles en mi primera adolescencia. Que se atora, se enrojece y se hincha riendo entre tosidos, señalándome el cumpleaños de un mal amor. Se le salen los ojos al lambisquero y toma un aliento con la boca ancha y con el estomago hacía afuera, conserva un último respiro para aniquilarme con el final de su broma más cruel: La encontraras un día veintiuno. Y me apunta con su dedo gordo: Te sentenciarán todas las primaveras. -dice seria y fuertemente-. El gordinflón burlón que decidió numerar mi vida se larga furioso y desquiciado a maldecirme con los astros y la numerología. Invoca a los dioses, al olimpo, a las musas, a los querubines y a los santos terrenales. Les informa que un ser tan noble, un ser tan lleno de gracia entre la codicia del mundo debe tener la suerte única, de un único número que vista sus días hasta el día último. Y que veintiún ángeles carguen la carroza negra y veintiún pies bajo tierra quede sellada mi alma vertiéndose por toda la eternidad con las bestias de veintiún cabezas. Y que desde ahora, sean exactamente veintiún primaveras, para devolver tu beso de muerte, para despedirnos para siempre de esta ronda ridícula de solsticios de primavera, de amores incompletos, de la esclavitud de los calendarios condenados a tener cada mes un día de entierros.





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