*
Tengo el corazón trapicado. Caminé a medio-vestir, a gatas desastillando el suelo; Encontré el espejo. Llevo años en esto, ir y venir tropezando con los muros desnudos. Nunca he tardado tanto en volver. Ahora me encuentro, me pierdo, me reviento. Los gritos de auxilio son los más débiles. He vivido para que me encuentren, para dar vueltas en círculos y ahora que la hora última está en todos lados, me vuelvo más irreconocible.
Llegó justamente en el vuelco de la vida, lo suficientemente leve para poder cargarla: Arribaba otoño. En otoño la tierra se apropia de todo; Es la guía, la intuitiva. Salí de mi jaula con los harapos que me quedaban, la agarré en una esquina desorientada y la monté en mi lomo. Mordí a todo animalejo del camino, le di de beber y comer de mi boca hasta que estuviese sana, hasta que pudiese incorporada desgarrarme la bestialidad... extirparla del alma. Y hoy, justo ahora... Me he vuelto instransitable, una carretera borrascosa demasiado oscura para quien le tema a la noche y sus bestias.
Me duelen las aristas del espejo, me señalan, me enjuician. Tengo escrito su nombre en cada esquina, ahora que lo sé no puedo olvidarlo, aún cuando me ataquen las horas, aún cuando vengan por mí. Ella es la única que puede encontrarme, atraversarlo, romperlo al final. Ha luchado con miles de ellos y ya no pueden dañarla... Es sólo un espejo -me repito- lo tomo por las astas y lo azoto contra la pared, pero no consigo más que mil puñaladas y cada vez la sanación es más difícil... cada vez este lugar es más frío, más absurdo y temible. Extraño sus abrazos, el calor intenso... Estar desnuda aquí es la mayor incapacidad; siento verguenza, siento el hielo de las paredes, siento el olvido carcomiendo mis memorias. ¿Cuántos segundos tiene una vida?. Me he dado cuenta de que estoy atrapada, que nunca he estado tan dentro... tanto que ya es demasiado tarde para recordar el camino, que me he rendido, que he decidido ser devorada por los lobos, por fieras sin nombres, por la noche eterna, por la desnudez, por el frío...
"Ella tiene miedo de no saber nombrar lo que no existe..." (Pizarnik)
domingo, marzo 29, 2009
lunes, marzo 23, 2009
Luces bajas
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La espera más grande... la irrecorrible concurre en ese exacto segundo en que todo se ennegrece. Paradas intransitables. Dicen que la noche es más oscura justo antes de la mañana. Estoy aquí... inamovible. La ciudad se ha cobijado de tonos grises. ¿Qué he de esperar?. Tengo frío... uno de esos que se pliegan a los huesos y no desaparecen. La espero hace un millón de años; Nunca nada a dolido tanto. Quiero que llueva... que cercene las veredas, que se lleve por riachuelos de escombros el parque yermo, los cerros derretidos, los edificios agrietados... y yo en medio, arrojando a patadas las columnas, las piedras, la tierra mojada. ¿Y si entre el ruido alzo mi voz?, ¿y si de pronto mi grito fuese el más fuerte de todos?. Que la trajese, que la arrastrase mi garganta, mi lengua, mis venas estiradas como un elástico que se desplaza por la ciudad derrotada. La escucho venir... tambalean los árboles, caen las hojas resecas, oigo los jirones de su abrigo recortando las murallas, la puerta asolapada, las calles levantadas. De vez en cuando piso esas hojas marchitas, el sonido de la destrucción me recuerda a sus pies livianos jugando entre las hojas de otoño... caían para ella, para ser besadas por sus talones, por el único lugar de su cuerpo que toca el mundo. Me paseo por callejones nuevos, por habitaciones ajenas, por tejados demasiado altos, esperando que me encuentre en lugares donde nunca ha estado y que reconozca mis huellas de barro, que huela mis pasos, que sienta sed de mis aventuras y se desarme con los rumores de mi muerte. Pero ahí está ella, siempre veinte minutos tarde; con su cabello perfecto, con su sonrisa ancha, con sus ojos estirados.
"Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde filoso de la noche..." (Pizarnik)
La espera más grande... la irrecorrible concurre en ese exacto segundo en que todo se ennegrece. Paradas intransitables. Dicen que la noche es más oscura justo antes de la mañana. Estoy aquí... inamovible. La ciudad se ha cobijado de tonos grises. ¿Qué he de esperar?. Tengo frío... uno de esos que se pliegan a los huesos y no desaparecen. La espero hace un millón de años; Nunca nada a dolido tanto. Quiero que llueva... que cercene las veredas, que se lleve por riachuelos de escombros el parque yermo, los cerros derretidos, los edificios agrietados... y yo en medio, arrojando a patadas las columnas, las piedras, la tierra mojada. ¿Y si entre el ruido alzo mi voz?, ¿y si de pronto mi grito fuese el más fuerte de todos?. Que la trajese, que la arrastrase mi garganta, mi lengua, mis venas estiradas como un elástico que se desplaza por la ciudad derrotada. La escucho venir... tambalean los árboles, caen las hojas resecas, oigo los jirones de su abrigo recortando las murallas, la puerta asolapada, las calles levantadas. De vez en cuando piso esas hojas marchitas, el sonido de la destrucción me recuerda a sus pies livianos jugando entre las hojas de otoño... caían para ella, para ser besadas por sus talones, por el único lugar de su cuerpo que toca el mundo. Me paseo por callejones nuevos, por habitaciones ajenas, por tejados demasiado altos, esperando que me encuentre en lugares donde nunca ha estado y que reconozca mis huellas de barro, que huela mis pasos, que sienta sed de mis aventuras y se desarme con los rumores de mi muerte. Pero ahí está ella, siempre veinte minutos tarde; con su cabello perfecto, con su sonrisa ancha, con sus ojos estirados.
"Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde filoso de la noche..." (Pizarnik)
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