viernes, noviembre 20, 2009

Vasos vacíos

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Enterarse del momento exacto… comprenderlo en una fracción del más inabordable segundo. Coincidir… coincidir con las casualidades. Atrapar el espacio inequívoco en donde pierdes todo… en donde ganas todo, en donde el azar es tu verdugo. Estamos más cerca de las imposibilidades, del vértigo de las cosas que se deshacen, como el ámbar… como el cosquilleo adolescente. Todos nos traicionamos: queremos vernos derrotados. El miedo a la incertidumbre, el deseo ininteligible de arrojarnos al borde. Entonces nos encontramos… al fin estamos en el centro, al fin sostenemos el mundo, acribillado por ese enemigo incansable, ese nosotros mismos que se divide y se dispersa hasta corporizarse en un demonio con traje. Cedemos en la partida más difícil… ¿Que es el miedo a perder cuando no queda nada?. Y ahora es… ahora corremos a ninguna parte… o quizás a un lugar más seguro, en donde nos arrasen tormentas de todo tipo, en donde nos cercenen pasiones conocidas y corroídas por las laceraciones del tiempo. Ahora es cuando podemos arrojarnos sin destino… cuando podemos volver a ser niños; entusiastas y sonrientes… adrenalinicos y fascinados por el color de las cosas nuevas, de los olores, del mundo que se abre sin reparos; ingenuo y condescendiente.


Me visto de gris para perderme… para que la ciudad no me encuentre, me escabullo por bares accidentales, en donde soy un sorbo de licor maduro… derramado. Me disperso por las grietas del boulevard, por la calle estridente, por los picaportes, por las veredas y sus heridas, de las que ya nadie se preocupa y me confundo con ellas, me vuelvo un rincón que nadie visita y me transformo en el lugar ideal para escapar del mundo… para esconderse y deleitarse con desiertos cualquiera donde es fácil volver… donde nos podemos encontrar siempre en horas inoportunas. Y me pliego al vaso que sostiene tu mano, y me vuelvo beso furibundo, caricia trasquilada que contagia tus brazos, tu espalda, tu pecho abierto y cerrado que me devora como una planta carnívora, que me envuelve en sus adentros, que me magulla completa y me guarda por siglos… por siglos en que escaseará la sed y el hambre y en donde espero con impaciencia… en donde me he vuelto insondable. Y abro los ojos cansada… incierta y cansada en nuestro lecho repleto de cadáveres. No quiero ver sus ojos… me sonríen, me atacan… cuerpos que se vuelven fantasmas y me persiguen mientras bajo de la cama lastimada. Veo tu espalda desnuda mecerse entre los espectros. Simulas estar dormida, estar sorda y tranquila, mientras libro una batalla hasta el pasillo y tropiezo con los escalones torcidos y me enlazan las barandas, lanzándome por la casa quejumbrosa. Lo sabes y no haces nada… cierras tus ojos para sopesar la vida, sabes que será un infierno hasta que vuelva a tocar el colchón y la almohada, hasta que me aferre a tu cuerpo… hasta que nos digamos que siempre nos quedaran los desiertos y los rincones en donde me vuelvo vaso y me embriago en tu boca.





miércoles, octubre 21, 2009

Signos

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Ésta vez llegó sin aviso... sin señales. Se incorporó desde las fauces de la tierra y se deslizó por el barro, besó maliciosa mis pies descalzos, congelados por la hipotermia que me iba mordiendo la carne, los huesos... la necesidad de envolvernos en llamas eternas, fulminantes como las luces de la ciudad en septiembre. Todos guardamos secretos en la ciudad; temores furibundos que se arrastran por debajo de las cabañas solitarias de este bosque despreciable... abusador de libertad. Abusador. Abusador de ingenuidades, de inocencias, de tanta infantilidad. Todos tenemos silencios que se apabullan debajo de miradas infantiles. Apariencias. ¡Cuando diablos dejaremos de ser espectadores!: De nuestras propias vidas. Hasta que hora esconderemos las lágrimas, hasta donde acallaremos los gritos, las urgencias, la urgencia de salir volando de tu pecho... sin vórtices... sin tanto parámetro idiota. Y ahora en esta tierra de nadie nos vemos dando un salto crucial. Hasta donde ese salto. Que tan bajo puedo brincar... que tan... y que no resuene en los adentros ajenos mi estruendo de errante, de caminante indeciso, de pisada tormentosa en desiertos de arena ciega... que te invade, que te envuelve y te lanza despotricado hacía cualquier bebedero... hacía cualquier... El segundo más fatigado es este. Éste en donde correr no te alcanza para agarrarte a ti mismo en lo inconmensurable... la nausea... la fatiga... la cólera de los tiempos, de los viajantes, de los amores furtivos que dejan el paladar impío y cada vez estamos más al fondo de la ceguera, de la enfermedad del sujeto moderno que se rescata a si mismo en la pulcritud de los estereotipos... los estereotipos de los estereotipos y los reflejos de nadie, de ningún nombre proyectado en mil ecos... como un silencio de mármol, como un peso muerto en los talones: jalándote el aliento, succionándote la sangre inerme, los años borrascosos que ahora alinean tu mirada, aplanan los caminos: cemento que sepulta el respiro de la tierra, el suspiro fúnebre de una madre cansada, moribunda y quejumbrosa; Vieja roñosa y despiadada, que sufre el “malagrio” de recibir el sopor de unos hijos ignorantes y demasiado leves... demasiado... de la levedad de los besos, de la ebriedad de las palabras.

Sin signos... a menos que el aburrimiento fuese una señal dormida, un relámpago invisible que te cruza de un golpe y ya no sabes hacía donde arrancas. Yo también lo hago... pero no hablamos de eso... pensamos que ésta será la carrera de nuestra vida, que en cuanto se escuche el disparo inicial, todo habrá terminado, que sólo tendremos que partir a toda velocidad y no detenernos hasta que el cuerpo caiga solo, hasta que se agote la vida... no hay manera más concreta de volver a dormir que el desahucio, el desgaste total. Hasta que no corra agua en las venas, hasta que no haya piel... hasta que termine el insomnio. Degustar el fino corte de la incertidumbre de las cosas nuevas, hoy resulta más difícil que convivir con ésta abulia errática, con tanto peso, con tanta...



"Sintió entonces un inexplicable amor por la chica casi desconocida; le pareció un niño al que alguien hubiera colocado en un cesto untado con pez y mandado río abajo para que Tomás lo recogiese a la orilla de su cama". -Milan Kundera-.

lunes, septiembre 14, 2009

La última piedra

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Sobre su rostro, formando fisuras caía el gorgoteo trémulo de la vida. Roja agria, azul borgoña sobre un manto inconmensurable de luz pálida como la palma de una montaña en invierno; Así la encontró su mano helada, que era tibia, que era ardiente en sus mejillas escuálidas. La tomó como si fuese un abrigo que acariciaba su pecho inerme, blanco, endurecido y taciturno. Era demasiado tarde para detener el pisoteo de las horas, demasiado tarde para reprochar las miradas gélidas, los abrazos desocupados, para flanquear los titubeos de la noche sediciosa. ¿De que nos podemos jactar en horas como éstas?, cuando se ha escapado por un escaparate la risa, cuando la relatividad no tiene sombra. Es un desierto de piedra, de ausencias lastimadas, donde no corre una palabra siquiera en las postrimerías de los ecos. ¿Cuantos serían los viajantes que llegarían hasta ésta tumba de flores etéreas y siemprevivas a dar el último beso desquiciado de vanidades?; Adoradores de la muerte, de la encina, de la brisa seca de las despedidas que se añoran.

Podría proclamar un discurso más honorable, uno que se imante en las cuevas profundas y oscuras, y en los aromos más altos. Uno que sea digno de excusar una vida de lamentos e inapetencias. Luego, no puedo más que desencantarme con esta marcha, con esta repetición insulsa, de naturaleza, de lo inevitable; como una lágrima que viene desde la nada hasta el nunca.

Su mano parecía el arco lastimado de un violín. Y entonces quiso besarla, tomar su mano apretada y morderla hasta que arrojase un grito reflejo, que reaccionase su cuerpo a siniestras de los ciclos y devorar su carne hasta que actuase su moral en defensa de su cuerpo inválido, de sus ojos grises, de la verborrea virulenta de un pueblo ignorante de su sangre, de sus preguntas y sus dolores que ya no se derraman sobre nadie, sobre ninguna calle sonrojada por la violencia de no sentir nada más que la bruma de la ciudad que envuelve todo con sus sonrisas fáciles y la niebla de sus manos invisibles que sostienen todo… todo lo insostenible.




"No hay nada más pesado que la comprensión. Ni siquiera el propio dolor es tan pesado que el dolor sentido, por alguien, para alguien, multiplicado por la imaginación, prolongado en mil ecos."
Milan Kundera.


domingo, marzo 29, 2009

El eterno retorno de las bestias

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Tengo el corazón trapicado. Caminé a medio-vestir, a gatas desastillando el suelo; Encontré el espejo. Llevo años en esto, ir y venir tropezando con los muros desnudos. Nunca he tardado tanto en volver. Ahora me encuentro, me pierdo, me reviento. Los gritos de auxilio son los más débiles. He vivido para que me encuentren, para dar vueltas en círculos y ahora que la hora última está en todos lados, me vuelvo más irreconocible.

Llegó justamente en el vuelco de la vida, lo suficientemente leve para poder cargarla: Arribaba otoño. En otoño la tierra se apropia de todo; Es la guía, la intuitiva. Salí de mi jaula con los harapos que me quedaban, la agarré en una esquina desorientada y la monté en mi lomo. Mordí a todo animalejo del camino, le di de beber y comer de mi boca hasta que estuviese sana, hasta que pudiese incorporada desgarrarme la bestialidad... extirparla del alma. Y hoy, justo ahora... Me he vuelto instransitable, una carretera borrascosa demasiado oscura para quien le tema a la noche y sus bestias.
Me duelen las aristas del espejo, me señalan, me enjuician. Tengo escrito su nombre en cada esquina, ahora que lo sé no puedo olvidarlo, aún cuando me ataquen las horas, aún cuando vengan por mí. Ella es la única que puede encontrarme, atraversarlo, romperlo al final. Ha luchado con miles de ellos y ya no pueden dañarla... Es sólo un espejo -me repito- lo tomo por las astas y lo azoto contra la pared, pero no consigo más que mil puñaladas y cada vez la sanación es más difícil... cada vez este lugar es más frío, más absurdo y temible. Extraño sus abrazos, el calor intenso... Estar desnuda aquí es la mayor incapacidad; siento verguenza, siento el hielo de las paredes, siento el olvido carcomiendo mis memorias. ¿Cuántos segundos tiene una vida?. Me he dado cuenta de que estoy atrapada, que nunca he estado tan dentro... tanto que ya es demasiado tarde para recordar el camino, que me he rendido, que he decidido ser devorada por los lobos, por fieras sin nombres, por la noche eterna, por la desnudez, por el frío...


"Ella tiene miedo de no saber nombrar lo que no existe..." (Pizarnik)



lunes, marzo 23, 2009

Luces bajas

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La espera más grande... la irrecorrible concurre en ese exacto segundo en que todo se ennegrece. Paradas intransitables. Dicen que la noche es más oscura justo antes de la mañana. Estoy aquí... inamovible. La ciudad se ha cobijado de tonos grises. ¿Qué he de esperar?. Tengo frío... uno de esos que se pliegan a los huesos y no desaparecen. La espero hace un millón de años; Nunca nada a dolido tanto. Quiero que llueva... que cercene las veredas, que se lleve por riachuelos de escombros el parque yermo, los cerros derretidos, los edificios agrietados... y yo en medio, arrojando a patadas las columnas, las piedras, la tierra mojada. ¿Y si entre el ruido alzo mi voz?, ¿y si de pronto mi grito fuese el más fuerte de todos?. Que la trajese, que la arrastrase mi garganta, mi lengua, mis venas estiradas como un elástico que se desplaza por la ciudad derrotada. La escucho venir... tambalean los árboles, caen las hojas resecas, oigo los jirones de su abrigo recortando las murallas, la puerta asolapada, las calles levantadas. De vez en cuando piso esas hojas marchitas, el sonido de la destrucción me recuerda a sus pies livianos jugando entre las hojas de otoño... caían para ella, para ser besadas por sus talones, por el único lugar de su cuerpo que toca el mundo. Me paseo por callejones nuevos, por habitaciones ajenas, por tejados demasiado altos, esperando que me encuentre en lugares donde nunca ha estado y que reconozca mis huellas de barro, que huela mis pasos, que sienta sed de mis aventuras y se desarme con los rumores de mi muerte. Pero ahí está ella, siempre veinte minutos tarde; con su cabello perfecto, con su sonrisa ancha, con sus ojos estirados.



"Pero a ti quiero mirarte hasta que tu rostro se aleje de mi miedo como un pájaro del borde filoso de la noche..." (Pizarnik)