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He dado vueltas por horas, por segundos, por días, por vidas quizás. Este lugar se abre y se estrecha a su gana. Se respira a sí mismo. Se abalanza contra todo lo que abraza y te pierde, una y otra vez en su obscuridad enmarañada. Te traga. Hasta aquí. Hasta mis manos enamoradas a tientas de no vertirse sobre la nada. Porque siempre es este mismo lugar, el de tus anchas. Siempre es la sonrisa abismante, la enfermedad de tus ojos, las entrañas amordazadas. Siempre es tu mirada descubriendo. Siempre es mi alma asustada.
Y aquí estoy en el día del Rito. En la noche más larga. Y si me alcanzan tus brazos que me calcen completa. Que me engullan tus piernas, que me soporte tu espalda. Porque ni la oscuridad más completa podrían esconder mis dolores, esos que traigo a rastras, esos que no sé si me pertenecen ya o son intrínsecos de ésta historia o de todas las historias. Que se estiren tus manos hasta mi cuerpo y que recojan las lágrimas que se me escapan. Que se me escapan porque dicen no pertenecerme. Porque no me quieren. Porque se han cansado de mi humanidad fundamentalista. Porque mi retórica se ha vuelto pobre y mi poesía no sostiene el hambre del mundo.
Hoy es uno de esos días, que ha existido durante todos los días de la vida. El viejo y mañoso día en que no me puede faltar tu beso de muerte, tu beso pálido, tu beso de fantasma que roe las esquinas de la casa. Y cansada de revivirte, cansada de la languidez de tu cuerpo, de tus manos frías, de tus pies fríos, de tu adentro frío. Cansada de tus dientes de cal, de tus labios transparentes, de tus ojos blanquecinos, de tu pelo que crece y crece enrollando la habitación, comprimiéndola de extremo a extremo. Porque todo lo que hago es para ocuparme en este mundo. Para que no sospechen. Para pasar inadvertida, para no descubrirme sintiente: Y tomo un bolígrafo y hago cálculos de oficina. Me levanto día a día a leer el periódico. Alquilo un perro y saludo al vecino que no abandona el oficio de mirarme con sospecha. Y te invento cotidianidades que no comprendo. Y me moldeo una sociedad que me justifique los días vacíos de todo lo tuyo. He coleccionado unos cuantos vicios que no dejan de darme arcadas. Estudio enfermedades mentales que puedan volverme interesante y me adjudico cada ciertos meses una gripa que me deje venirme a casa tranquila a pensar en las cosas que arrastraste de tantas otras vidas, a envolverme de risa con los miedos que me sugeriste que tenías y que te haz inventado siempre, para estar tan de acuerdo con los siglos de tu alma, con las historia que ha vivido. Y me sientes tan cerca, y ya me sientes en casa, y reconoces las pistas que dejo para ti, para que un día me hables en nuestro idioma, para que me digas que ya te cansó el juego del escondite. Que puedo desvestirme de todas las cosas que me obligué a aprender para ser una y otra vez todo eso que haría un ser mundano.
Me quedo porque tengo la impresión de que en algún lugar de tu inmensidad existe un recuerdo. Una señal que te indique donde vinimos. Una cicatriz. Yo la he visto... justo al centro de todo, es todo el peso del mundo, la oscuridad única en donde descansa mi cuerpo, hacía donde salto, y saltan de mí llenos de alaridos los insomnios espectrales. Justamente ahí te he visto semi-desnuda, con los ojos preguntones, chocar contra mí de repente y suspendernos por un tiempo ínfimo e incuantificable, pero lo suficiente para que transiten todas nuestras horas.