miércoles, octubre 21, 2009

Signos

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Ésta vez llegó sin aviso... sin señales. Se incorporó desde las fauces de la tierra y se deslizó por el barro, besó maliciosa mis pies descalzos, congelados por la hipotermia que me iba mordiendo la carne, los huesos... la necesidad de envolvernos en llamas eternas, fulminantes como las luces de la ciudad en septiembre. Todos guardamos secretos en la ciudad; temores furibundos que se arrastran por debajo de las cabañas solitarias de este bosque despreciable... abusador de libertad. Abusador. Abusador de ingenuidades, de inocencias, de tanta infantilidad. Todos tenemos silencios que se apabullan debajo de miradas infantiles. Apariencias. ¡Cuando diablos dejaremos de ser espectadores!: De nuestras propias vidas. Hasta que hora esconderemos las lágrimas, hasta donde acallaremos los gritos, las urgencias, la urgencia de salir volando de tu pecho... sin vórtices... sin tanto parámetro idiota. Y ahora en esta tierra de nadie nos vemos dando un salto crucial. Hasta donde ese salto. Que tan bajo puedo brincar... que tan... y que no resuene en los adentros ajenos mi estruendo de errante, de caminante indeciso, de pisada tormentosa en desiertos de arena ciega... que te invade, que te envuelve y te lanza despotricado hacía cualquier bebedero... hacía cualquier... El segundo más fatigado es este. Éste en donde correr no te alcanza para agarrarte a ti mismo en lo inconmensurable... la nausea... la fatiga... la cólera de los tiempos, de los viajantes, de los amores furtivos que dejan el paladar impío y cada vez estamos más al fondo de la ceguera, de la enfermedad del sujeto moderno que se rescata a si mismo en la pulcritud de los estereotipos... los estereotipos de los estereotipos y los reflejos de nadie, de ningún nombre proyectado en mil ecos... como un silencio de mármol, como un peso muerto en los talones: jalándote el aliento, succionándote la sangre inerme, los años borrascosos que ahora alinean tu mirada, aplanan los caminos: cemento que sepulta el respiro de la tierra, el suspiro fúnebre de una madre cansada, moribunda y quejumbrosa; Vieja roñosa y despiadada, que sufre el “malagrio” de recibir el sopor de unos hijos ignorantes y demasiado leves... demasiado... de la levedad de los besos, de la ebriedad de las palabras.

Sin signos... a menos que el aburrimiento fuese una señal dormida, un relámpago invisible que te cruza de un golpe y ya no sabes hacía donde arrancas. Yo también lo hago... pero no hablamos de eso... pensamos que ésta será la carrera de nuestra vida, que en cuanto se escuche el disparo inicial, todo habrá terminado, que sólo tendremos que partir a toda velocidad y no detenernos hasta que el cuerpo caiga solo, hasta que se agote la vida... no hay manera más concreta de volver a dormir que el desahucio, el desgaste total. Hasta que no corra agua en las venas, hasta que no haya piel... hasta que termine el insomnio. Degustar el fino corte de la incertidumbre de las cosas nuevas, hoy resulta más difícil que convivir con ésta abulia errática, con tanto peso, con tanta...



"Sintió entonces un inexplicable amor por la chica casi desconocida; le pareció un niño al que alguien hubiera colocado en un cesto untado con pez y mandado río abajo para que Tomás lo recogiese a la orilla de su cama". -Milan Kundera-.