*
Sobre su rostro, formando fisuras caía el gorgoteo trémulo de la vida. Roja agria, azul borgoña sobre un manto inconmensurable de luz pálida como la palma de una montaña en invierno; Así la encontró su mano helada, que era tibia, que era ardiente en sus mejillas escuálidas. La tomó como si fuese un abrigo que acariciaba su pecho inerme, blanco, endurecido y taciturno. Era demasiado tarde para detener el pisoteo de las horas, demasiado tarde para reprochar las miradas gélidas, los abrazos desocupados, para flanquear los titubeos de la noche sediciosa. ¿De que nos podemos jactar en horas como éstas?, cuando se ha escapado por un escaparate la risa, cuando la relatividad no tiene sombra. Es un desierto de piedra, de ausencias lastimadas, donde no corre una palabra siquiera en las postrimerías de los ecos. ¿Cuantos serían los viajantes que llegarían hasta ésta tumba de flores etéreas y siemprevivas a dar el último beso desquiciado de vanidades?; Adoradores de la muerte, de la encina, de la brisa seca de las despedidas que se añoran.
Podría proclamar un discurso más honorable, uno que se imante en las cuevas profundas y oscuras, y en los aromos más altos. Uno que sea digno de excusar una vida de lamentos e inapetencias. Luego, no puedo más que desencantarme con esta marcha, con esta repetición insulsa, de naturaleza, de lo inevitable; como una lágrima que viene desde la nada hasta el nunca.
Su mano parecía el arco lastimado de un violín. Y entonces quiso besarla, tomar su mano apretada y morderla hasta que arrojase un grito reflejo, que reaccionase su cuerpo a siniestras de los ciclos y devorar su carne hasta que actuase su moral en defensa de su cuerpo inválido, de sus ojos grises, de la verborrea virulenta de un pueblo ignorante de su sangre, de sus preguntas y sus dolores que ya no se derraman sobre nadie, sobre ninguna calle sonrojada por la violencia de no sentir nada más que la bruma de la ciudad que envuelve todo con sus sonrisas fáciles y la niebla de sus manos invisibles que sostienen todo… todo lo insostenible.
"No hay nada más pesado que la comprensión. Ni siquiera el propio dolor es tan pesado que el dolor sentido, por alguien, para alguien, multiplicado por la imaginación, prolongado en mil ecos."
Milan Kundera.